24 septiembre 2005

La opinión del Alcalde

Son definitivamente sorprendentes las intervenciones o proyectos de intervenciones de carácter público que se pueden encontrar en un corto recorrido por la historia de las ciudades, comunas o poblados, que más que pertenecer a un sentido urbano de entender la ciudad, se pueden catalogar como lo que podríamos llamar “el capricho del alcalde”, ya que carecen de todo tipo de lógica urbana, y lo buena de estas, solo está en la mente de este curioso personaje que trabaja en base a la tincada.
Esta mala intuición muchas veces está determinada por un frase de combate muy popular en esta época: “estas son las necesidades reales de la gente”. Esta frase no necesariamente alude a un sector político especifico, ya que con el correr de nuestra precaria democracia quedó claro que con variaciones más o variaciones menos, esta frase podía ser adaptada a ambos sectores.
En fin, para retomar lo que nos convoca, cómo olvidar aquella “original” construcción llamada: La Cruz del Tercer Milenio, en la ciudad de Coquimbo, que tal vez muchos de sus defensores y gestores podrán decir que la obra trajo consigo un mayor desarrollo turístico del sector, o que tal vez ayudó a levantar la alicaída actividad comercial del sector, o simplemente dar a conocer la ciudad.
Otro sabroso ejemplo de nuestra curiosa historia urbanística podría ser el “concurso de ideas” organizado por la Municipalidad de Santiago el año 2003, que intentaría construir una torre al costado de la Estación Mapocho, que pudiera acoger una serie de antenas de telecomunicaciones, y que además se constituyera en un hito dentro de la ciudad para así revitalizar un sector que a pesar de varios esfuerzos, había quedado abandonado. Creo que a pesar del esfuerzo de jurados y arquitectos participantes, la idea cayó por su propio peso ya que finalmente se trataba de una idea populista que de mala manera trataría de constituirse en un referente impuesto a los habitantes de la ciudad.
Ante estos dos claros ejemplos surgen varias preguntas:

¿El tamaño importa?
¿Lo bonito cuesta caro?
¿Son esas las necesidades reales de la gente?
¿Esta manera de intervenir la ciudad es propia de nuestra cultura?
¿Es bueno que un alcalde tenga el poder de modificar el paisaje urbano a partir de su dudosa intuición?


Creo que si aún creemos en esa extraña frase que nos determina como “los Ingleses de Sudamérica”, deberíamos reflexionar acerca de la discreción y sutileza con la que los ingleses manejan su ciudad (que,con excepción de un par de ejemplos no gratos) son capaces de revitalizarla con el correr del tiempo sin perder el rumbo y -lo más importante- jamás tratan de ser lo que no son.
Tal vez nos falta aprender que el mirar hacia fuera implica un alto grado de madurez en cuanto al filtro que se aplica en las ideas importadas. A veces es bueno mira hacia adentro y entender cual es la manera adecuada de resolver los problemas en cuanto a nuestra identidad cultural y urbana.